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Entre los meses de julio a octubre, miles de cetáceos comienzan a llegar a las aguas del Pacífico panameño, especialmente las ballenas jorobadas; sin embargo el mes de septiembre es la mejor época para verlas zambullirse y danzar en el mar territorial.

Cada año, más de dos mil ballenas jorobadas viajan unos diez mil kilómetros desde la Antártida y desde Alaska hasta las aguas cálidas del Pacífico panameño para aparearse y reproducirse.

Por sus saltos y sus fuertes golpes de aleta, la jorobada (Megaptera Novaeangliae) es un mamífero marino considerado entre las ballenas más enérgicas del mundo, que ha logrado despertar el interés de grandes y chicos para observarlas.

Los golfos de Chiriquí y Montijo, el Parque Nacional Coiba, las islas de Taboga y Contadora, esta última en el archipiélago de Las Perlas, son algunos de los lugares privilegiados para apreciar la estancia de los cetáceos.

En Panamá, el avistamiento de ballenas se conoce desde finales de 1990 y desde entonces ha logrado captar el interés de por lo menos quince grupos comunitarios en el país, generando ingresos económicos por más de $3 millones, según un estudio de 2008 que cita Wetlands International. El organismo desarrolla desde hace tres años el proyecto de Protección de Reservas y Sumideros de Carbono en los Manglares y Áreas Protegidas de Panamá, que incluye la capacitación a pescadores para el avistamiento de cetáceos.

 


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