La Exposición de Verano, gozoso cajón de sastre del arte contemporáneo que organiza la Royal Academy of Arts, abandona por primera vez la estación del año que le da su nombre, pero logra mantener a salvo una tradición que ni las bombas nazis pudieron cercenar.
La pandemia la ha obligado a salir del estío, aunque no a acabar con 252 años de historia en los que los óleos de Turner se confunden con las instalaciones de Ai Weiwei o los paisajes de un Churchill que presentaba aquí sus acuarelas con seudónimo.
La esencia de la exposición es el revoltijo, una mezcla de estilos, disciplinas y formatos que la convierten en referencia imprescindible para los amantes del arte más puntero, que además se puede adquirir por precios razonables a partir de 150 libras (165 euros).
Más de 1.200 obras, desde los artistas más reputados -Tracey Emin, Marina Abramovic, Julian Schnabel o Grayson Perry- a excitantes promesas, se expondrán a partir del 6 de octubre en los mismos muros de la Royal Academy que en 1940 los aviones de la Luftwaffe derribaron con sus bombas.
Junto al torneo de tenis de Wimbledon y el Chelsea Flower Show -la muestra de jardinería más famosa del mundo-, esta exposición compone un tríptico que para los británicos es sinónimo de verano.
Esta vez, el coronavirus sí hizo titubear sus cimientos. Aunque contaban con una ventaja: la exposición del año venidero se empieza a preparar siempre al día siguiente de cerrar las puertas.
Eso permitió, como explicó a Efe la comisaria de la exposición, Edith Devaney, que antes del estallido de la pandemia ya se hubiese hecho una primera criba entre las más de 18.000 piezas recibidas de todo el mundo que aspiraban a participar en la muestra.
Un comité compuesto por varios de los 127 académicos de la institución trabajó para seleccionar las obras más representativas, bajo la coordinación del dúo artístico que forman las hermanas Jane y Louise Wilson.
Muchas veces el trabajo tuvo que hacerse a miles de kilómetros de distancia, con una plétora de recursos tecnológicos para que, por poner un caso, el académico Isaac Julien pudiese escoger desde un estudio en San Francisco su disposición preferida para los cuadros de la galería II.
“Muy poco después del confinamiento decidimos que tendríamos que posponerla para más tarde, así que escribimos a los artistas que habíamos elegido y les dijimos: ‘Aguantad con nosotros y ya os diremos algo, porque vamos a ver si podemos abrir en otoño'”, dijo Devaney.
La huella de la COVID-19 no se deja sentir de forma excesiva en las obras expuestas. La mayoría ya estaban acabadas antes de que la reclusión y la angustia se apoderasen de medio mundo.
Pese a ello, hay piezas que sí invocan directamente la crisis, sobre todo a través del vídeo-arte, como una película del colectivo surcoreano Young-Hae Chang Heavy Industries que proyecta mensajes irónicos sobre cómo el cierre de las restaurantes amenaza con matar de hambre a las personas que se alimentan de sus desperdicios.
El vídeo “Twice” de John Smith, mientras, muestra al artista lavándose las manos concienzudamente mientras tararea una canción ominosa.
La comisaria reconoce que durante el confinamiento estuvo en contacto con muchos artistas y que para ellos ha sido medio año difícil, “porque todos ellos trabajan para enseñar sus creaciones y tampoco han podido venderlas, que es su forma de ganarse la vida”.
“Para ellos es una necesidad profunda mostrar sus trabajos al público, los hacen con eso en mente. Nadie pinta un cuadro o hace una escultura para guardarla en el armario; es para ser vista e interpretada, y ese es el estímulo para muchos de continuar y crear una nueva obra para ver cómo responde la gente”, añadió.
Mantener la exposición no solo era imperioso para los artistas: la Royal Academy financia sus escuelas, que no reciben financiación pública, gracias a las ventas de las entradas para la muestra y de un pequeño porcentaje de las transacciones.
Fuente: EFE