La explosión de la caza del rinoceronte en Sudáfrica ha convertido las autopsias de los animales abatidos en un arma fundamental para detener a los furtivos y penetrar en las mafias que trafican con el cuerno de esta especie.

“Se trata de recoger todas las pruebas posibles para conseguir una condena en los tribunales”, manifiesta a un grupo de periodistas el investigador forense Frikkie Rossouw, luego de efectuar la autopsia a uno de los últimos rinocerontes muertos a manos de los furtivos en el Parque Nacional de Kruger.

Sudáfrica vio morir en 2014 a más de mil 200 rinocerontes, 827 de ellos en esta reserva natural que alberga casi la mitad de los 20 mil rinocerontes de Sudáfrica, que cuenta con más del 80% de la población mundial.

Rossouw, que tiene una larga experiencia en autopsias humanas como antiguo policía y no ve grandes diferencias entre la labor con personas y con rinocerontes, llega con su equipo al sitio donde yace el rinoceronte, tras ser avisado por los servicios de inteligencia del parque. El animal murió hace dos o tres días tras ser alcanzado por una bala de los cazadores que no llegó a matarlo, pues no tocó alguno de sus órganos vitales, por lo que el rinoceronte herido siguió corriendo.