Un estudio reciente sobre ballenas jorobadas que se reproducen frente a las costas de Brasil y que viven en aguas antárticas durante el verano, ha demostrado que el número de ejemplares ahora se asemeja a los que había antes de la época en la que se cazaban.
Los registros sugieren que en la década de 1830 había alrededor de 27.000 ballenas y que, después de los días de caza intensa, a mediados de la década de 1950, solo quedaban unos 450 ejemplares.
Da mucha tranquilidad observar lo que sucede cuando dejamos que la naturaleza siga su curso. Gracias a la prohibición de la caza comercial de ballenas en el año 1986, podemos decir que ahora esta población ha recuperado el 93% de su tamaño original. Al eliminar esta amenaza, la especie ha podido encontrar espacios seguros donde sobrevivir y prosperar.
Esta es una gran noticia para las ballenas, por supuesto, pero también para el clima. Mantener el carbono fuera de la atmósfera es clave para enfrentar la crisis climática y la contribución que puede hacer una sola ballena en este sentido es algo a tener muy en cuenta.
De media, una sola ballena almacena alrededor de 33 toneladas de CO2. Si consideramos solo las ballenas jorobadas antárticas que se reproducen en Brasil, proteger a esta población ha permitido almacenar 813.780 toneladas de CO2 en las profundidades del mar.
Esto es alrededor del doble de las emisiones anuales de CO2 de un país pequeño como Bermudas o Belice, según los datos de emisiones de 2018. Porque, cuando una ballena muere, se lleva consigo el carbono almacenado en su gigantesco cuerpo a las profundidades del mar, manteniéndolo encerrado durante siglos.
Incluso el Fondo Monetario Internacional destacó en 2019 el valor económico del servicio ambiental que ofrece una ballena. A lo largo de su vida útil, una gran ballena está valorada en alrededor de 2 millones de dólares. La organización GRID-Arendal llega a afirmar que las ballenas están valoradas en un billón de dólares si tenemos en cuenta lo que aportan a la economía global.
Fuente: ECOticias