Quien se interese por la historia universal y en particular la de la barbarie humana debería visitar el Monte Hertl, en Jerusalén, Israel. Allí, en la ciudad epicentro de las religiones monoteístas de la Tierra, se encuentra el Museo del Holocausto o Yad Mashem, inaugurado en 1946 en memoria de los millones de judíos víctimas del genocidio perpetrado durante la Segunda Guerra Mundial por la Alemania nazi. Es un recorrido por nuestro lado más oscuro que además nos muestra aquello que compartimos: el instinto o el deseo de resistir de todas las maneras posibles al odio, la violencia y la muerte.
¿Cómo fue posible que en el corazón de Europa, en la tierra de grandes filósofos, médicos e intelectuales, en pleno siglo XX se diera una catástrofe de tal magnitud? Es una pregunta que muchos nos hacemos en silencio tras el shock que significa ver y escuchar estas historias. Muchísimo antes, el poeta alemán Heinrich Heine (1797-1856), con un sentido casi premonitorio, había dicho algo que lo puede explicar: “donde se queman libros se terminan quemando también personas”. Es decir, el odio y la intolerancia hacia una persona por su raza, opiniones o incluso estilos de vida diferentes.