Bombay Beach es un pueblo peculiar, no solo por su nombre exótico sino por su ubicación al lado de un lago moribundo y el paisaje apocalíptico que recibe a los visitantes. Este caserío desértico, que alguna vez fue un próspero centro turístico situado a lo largo del Mar de Saltón, el lago más grande de California, es de las comunidades más pobres del estado, con sus 250 habitantes que parecen haber sido olvidados por el resto del mundo. La mayoría de las viviendas fueron abandonadas hace décadas, muchos viven en casas rodantes y los automóviles oxidados abundan. Pero en los últimos dos años, el pueblo ha renacido con la llegada de un grupo de artistas y mecenas que han venido comprando propiedades baratas y organizan un festival de tres días llamado la Bienal -aunque se realiza cada año- de Bombay Beach.
Lanzado en 2016, el festival, que se celebra hasta este fin de semana, es un proyecto de tres amigos residenciados en Los Ángeles: el cineasta y artista plástico Tao Ruspoli; Stefan Ashkenazy, un coleccionista de arte y hotelero; y Lily Johnson White, una filántropa y miembro de la familia Johnson & Johnson. El diminuto pueblo, de 2.5 km2, cuenta hoy con un museo llamado «Hermitage», un autocine repleto de coches destartalados y un teatro de ópera decorado con chanclas en desuso recuperadas de las playas de Lagos, Nigeria. Una cúpula de metal desechado, un fuselaje de avión que representa un pez, un tobogán de varillas de hierro retorcidas y dos contenedores en forma de cruz con el interior pintado con figuras religiosas que representan a «científicos perseguidos», son algunas de las obras excéntricas que se exhiben en el festival de este año.
AFP