El Festival de Cine en Español de Málaga (sur) celebra su 23 edición, probablemente la más “rara” de cuantas ha hecho, no solo por el cambio de fecha obligado por el parón de la covid en marzo, sino por las medidas de precaución que, según ha podido comprobar Efe, tranquilizan a una ciudad espera con “ilusión” el evento.
Algunos de sus participantes, tan a favor del festival que son capaces de venir y, al volver a su casa, después de presentar su película, hacerse una cuarentena.
Es el caso de la directora venezolana Anabel Rodríguez Ríos, que vive en Viena y viene para presentar “Érase una vez en Venezuela”, documental de la sección oficial.
“Entiendo que Málaga normalmente es muy animado y cercano y ahora hay que tener tanto cuidado…., sin embargo -dice a Efe- comparado con la pantalla de la computadora, que es lo que ocurre en los festivales on line de hoy día, esto es el cielo para mí. No me importa que sea con distancia, pero ver a un ser humano, conversar; es maravilloso”.
Tiene razón en que Málaga está distinta. Ante la ausencia de turismo, y con muchos de sus negocios cerrados, la ciudad está preocupada, tristona; sus terrazas a medio gas y sin la habitual cartelería que recibe en las calles al festival: no están las escuetas vallas que suelen separar al público de los artistas ante el Cervantes, ni las alfombras rojas que lo decoran, ni la del Albéniz.
Tampoco la que arropa la calle del marqués de Larios, aunque sí se mantienen las fotos de cine, esta vez, una colección de cineastas ilustres, captados por Óscar Fernández Orengo.
Con un 70% de aforo en los cines y entradas precompradas, y con los espacios donde se desarrolla el festival reducidos al mínimo, sin conciertos ni encuentros colectivos, el público debe conformarse con tratar de reconocer a los famosos detrás de sus mascarillas; aún así, hay festival, y los periodistas han venido para contarlo.
Eso sí, con algunas ruedas de prensa virtuales -las de las cintas latinas, cuyos protagonistas no pueden salir de sus países- entradas reservadas un día antes, prohibición de salir o entrar de los recintos a voluntad y prácticamente cerrada la mítica tercera planta del Teatro Cervantes donde se ubicaba la cariñosa sala de prensa -juntos medios locales, nacionales e internacionales, para las entrevistas ‘one to one’ con actores y directores-.
Se conserva el escenario al aire libre del Muelle Uno para las fotos de presentación de las películas y se suma otro de lujo, el palacio Gran Hotel Miramar; eso sí, con acceso por invitación, única queja de Dolores, que compró su entrada y la de su amiga Magda para la película de inauguración “y otro par de ellas más”, sonríe cómplice, pero no podrá ver a los famosos de cerca. “Qué le vamos a hacer, es lo que hay”, se resigna.
Fuente: EFE