La central de Fukushima Daiichi sigue siendo una amenaza nueve años después del accidente: casi todo el combustible sigue allí y necesitará refrigeración durante años; probablemente de nuevo se verterá agua radiactiva al mar; los residuos radiactivos de la limpieza se acumulan en la zona; los habitantes evacuados se ven forzados por su propio gobierno a regresar. Y para taparlo todo… las Olimpiadas arrancan a solo 20 km de la zona cero.
Los trabajos de descontaminación avanzan muy lentamente. Siguen allí las 880 toneladas de combustible nuclear fundido y empiezan a manifestarse dudas de que puedan retirarse completamente algún día, lo que exigiría encerrar los reactores en un sarcófago.
Mientras el combustible esté ahí, hay que mantener un flujo de agua para refrigerarlo, pero además penetran aguas subterráneas, y esto crea un gravísimo problema porque el agua se convierte en radiactiva y hay que almacenarla. Es un residuo peligroso y muy voluminoso, supera ya los 1,12 millones de metros cúbicos.
Se mantiene en enormes tanques de 1000 m³, pero al ritmo de entrada de agua en los reactores, 170 m³/día en 2018, se necesita un nuevo tanque cada seis días. Y se están quedando sin espacio.
Para reducir la radiactividad del agua se somete a un proceso de eliminación de materiales radiactivos, de manera que solo quede tritio, puesto que es imposible de separar y su vida media no es larga (12,3 años).
Con estas condiciones, las autoridades japonesas, con el apoyo del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), consideran que puede verterse al mar. En septiembre de 2015 se arrojaron 800 toneladas al Océano Pacífico. Pero la prensa japonesa destapó en 2018 los fallos de ese proceso.
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