La urbanización es una de las mayores amenazas para la biodiversidad. Las carreteras, las viviendas, los campos de fútbol y las infraestructuras de todo tipo sustituyen los espacios verdes por cemento y ladrillo, fragmentan el hábitat de muchas especies y suprimen sus recursos naturales de alimentación. Sin embargo, algunas aves logran adaptarse a todos estos cambios y prosperar en las ciudades junto a millones de habitantes, edificios y coches. Un estudio publicado este miércoles en la revista Frontiers in Ecology and Evolution, gracias a una combinación de datos de 629 especies de 27 ciudades, explica cómo lo hacen. El enigma se resuelve con dos soluciones: o bien las aves tienen un cerebro grande y por lo tanto mayor facilidad para entender el nuevo entorno que se dibuja, o bien se reproducen mucho y aseguran una descendencia, pase lo que pase.

 

La paloma, el primer pájaro en el cual se piensa cuando se trata de convivencia con el ser humano y cuya población es mucho más abundante en ciudad que en bosques, utiliza la segunda estrategia, la de reproducirse en abundancia. Pese a tener un cerebro pequeño y menos capacidad para adaptarse al nuevo hábitat urbano, este pájaro consigue mantener estable su población. Ferran Sayol, principal autor del estudio e investigador en el Departamento de Ciencias Biológicas y Medio Ambientales de la Universidad de Gothenburg (Suecia) explica que esta especie pone hasta dos huevos por reproducción y repite estas puestas a lo largo de todo el año. “Si uno de sus nidos fracasa, puede rápidamente construir otro y seguir manteniendo su linaje”, añade.

 

Las cotorras, otro ejemplo evidente de una especie capaz de colonizar una ciudad, se basan en la primera posibilidad: el cerebro grande. Esta característica les permite alcanzar una mayor plasticidad de comportamiento que podría compararse a la inteligencia y contribuye a desarrollar el aprendizaje frente a nuevos cambios y desafíos. El animal consigue encontrar nuevas fuentes de alimentación y nuevos territorios para construir su nido, controlar los obstáculos impuestos por el ser humano y comunicarse pese a los ruidos.

Sin embargo, Sayol confirma que todo tiene un límite, y la adaptación de un pájaro a la urbanización, también. “Tener un cerebro grande, o ser más inteligente, puede permitir hacer frente a los cambios, pero si son rápidos o extremos no podrán hacer nada”, asevera. “Si hay un episodio de contaminación o se envenenan, da igual si tienen un cerebro grande: van a morir todas”, prosigue. Las especies solo se abren camino en los entornos urbanos si el ambiente cambia poco a poco, para que tengan tiempo de reaccionar, entender el nuevo hábitat y ver las oportunidades.

Las aves que ya no saben cómo adaptarse

Según el estudio, las ciudades son el hogar de casi 4.000 millones de personas. Esta cifra no para de crecer debido al aumento de la población y al abandono de las zonas rurales hacia las grandes metrópolis. “Si el entorno urbano se sigue ampliando, perderemos mucha biodiversidad”, explica Sayol. En definitiva, muchas aves con un modo de vida muy especial, que no pueden vivir con cemento como base y cuyas fuentes de alimentación no se encuentran por las calles, desaparecerán.

Es el caso de los rapaces. Las migas de pan no les basta. En las ciudades no tienen territorio para nidificar ni fuentes de alimentación dignas de su organismo. Juan José Sanz, ornitólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, explica además que son más temerosos frente al hombre y no se van a meter dentro de una ciudad tan fácilmente.

El halcón o el buitre logran adaptarse no sin dificultades. Sayol cuenta por ejemplo que el buitre se queda a las afueras de la ciudad y su principal fuente de alimento son los vertederos. “Las especies de cerebro grande son más oportunistas. Pueden encontrar algo en la ciudad que no comerían en la naturaleza. Son flexibles y se adaptan a lo que sea con tal de encontrar sus recursos”, argumenta el experto. “Pero no todas pueden”, insiste.

Una especie que ha demostrado flexibilidad es el carbonero, explica Sanz. “Se ha visto que los carboneros han cambiado su plumaje [de origen llamativo, de tonos azulados y amarillos]. En las ciudades es más oscuro”, comenta. Sin embargo, eso implica la pérdida de un funcionamiento natural: un adulto con un plumaje más vistoso es un mejor partido para reproducirse. La selección sexual que asegura una descendencia está, por lo tanto, condicionada por el nuevo ambiente que rodea al animal.

Ciudades saludables

Por todas estas razones, el autor del estudio asegura que es necesario conocer mejor las aves con las cuales vivimos para protegerlas, pero también saber que hay unas que no pueden adaptarse. Con este conocimiento, las medidas de protección y conservación de la fauna en entornos urbanos como fuera de ellos podrán mejorar.

El animal consigue encontrar nuevas fuentes de alimentación y nuevos territorios para construir su nido, evitar los obstáculos impuestos por el ser humano y comunicarse pese al ruido

Este trabajo también propone una mirada sobre el diseño de las ciudades. “Con esto podemos prever qué especies irán a menos y protegerlas. Replantear cómo estamos construyendo las ciudades. Podemos implementar más corredores verdes, parques grandes y buenas conexiones con el bosque de fuera”, propone Sayol.

Para Sanz, también es muy importante saber cuál es la fauna urbana ya que el contacto del ser humano con la naturaleza es necesario y bueno para su salud. “Tenemos que conservar las especies de dentro tanto como las de fuera y ver qué se necesita para que las poblaciones estén estables. Nosotros ya no salimos al campo, ¿por qué no permitir entonces que entre la naturaleza? Pero para eso, hay que hacer ciudades saludables”, concluye.

Fuente: El País