Junichiro Tanizaki es uno de los autores más prolíficos que ha dado el Japón. Sus treinta volúmenes que incluyen novela, cuento, teatro y ensayo así lo confirman.
Los cuentos de amor, que Alfaguara pone en librerías, son once joyas que se caracterizan por sus inquietantes atmósferas, misteriosos personajes, finales abiertos y por estar conectados con la tradición literaria japonesa.

Por ejemplo, en Tatuaje hay una clara reminiscencia de La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, pues el tatuador se hunde en la contemplación de la niña cuya piel se dispone a tatuar: “Seikichi cerró las puertas exteriores de papel translúcido, y tras recoger los instrumentos de tatuar se sentó delante de la joven.

Transformó su ocio en embeleso y permaneció un buen rato absorto. Por primera vez gozaba de su belleza”.

En El secreto, el misterio corre por cuenta del travestismo (auspiciado por un kimono, un sofisticado maquillaje) y por la presencia de un templo budista en el ámbito urbano. Y en Los pies de Fumiko (posiblemente el mejor cuento), no solo se trata el clásico fetiche oriental del pie femenino, sino que se comprueba que Oscar Wilde tenía razón en eso de que la vida imita al arte: “Más bien daba la impresión de que Fumiko no reproducía a la mujer del grabado, sino que era esta quien imitaba a Fumiko; que Kunisada había retratado a la propia Fumiko”.

Todos los cuentos de este escritor, que murió en 1965, parten de los motivos más sencillos, cosa que se evidencia desde los títulos: La flor azul, El mechón, El guapo, El fulgor de un trapo viejo. Y toda su escritura parece sugerir que escribir puede llegar a ser algo muy fácil.

Por otra parte, del talento de Hiromi Kawakami ya teníamos noticia por su exitosa obra El señor Nakano y las mujeres. La nueva novela de la escritora de Tokio bien podría haberse titulado Nishino y las mujeres.

El personaje es una especie de donjuán o de soltero del año, que, a pesar del cinismo, el despotismo y el descaro con que trata a mujeres de distintas edades, condición social y estado civil, las atrae a todas como si se untara miel, “como las polillas a un foco de luz, apenas sin ser conscientes de estar dando el primer paso”.

Aparte del logro narrativo de hacer que cada capítulo de la novela pueda leerse como un relato autónomo, el gran hallazgo de Hiromi en Los amores de Nishino es mostrar lo ambiguos y contradictorios que son los sentimientos, y que no hay nada más obsoleto que el romanticismo, pues todos los personajes saben cuándo comenzar un amor y cuándo terminarlo, no importa si se está verdaderamente enamorado o no; que hay amores largos y hay amores cortos, pero todos son eternos mientras duran. Se les da cierre como quien cierra una ventana, sin preguntas, sin quejas… sin llanto.
De modo que con la traducción y publicación de estos dos maravillosos libros, las letras japonesas tocan a la puerta de los lectores colombianos curiosos.