“Querría utilizar la kora en una música completamente electrónica”, decía Mory Kanté allá por 1981, recién publicado Courougnegne, su primer álbum. Faltaban seis años para que su canción Ye ké Ye ké, editada en el álbum Akwaba Beach, sonase en las discotecas de medio mundo. Ye ké Ye ké, que fue pasto de remezclas e inspiró a no pocos dj incluso mucho tiempo después de su publicación, subió al Olimpo de los éxitos de la música africana junto a piezas como Mario, de Franco; Pata-Pata, de Miriam Makeba, y Soul Makossa, de Manu Dibango. Ayer, Mory Kanté tal vez tuvo un último recuerdo para esa canción antes de expirar, según anunció su hijo Balla Kanté, en un hospital de Conakry. Sufría varias enfermedades que le trataban en Francia, pero la pandemia de coronavirus le obligó a interrumpir sus viajes. Tenía 70 años.

Nacido en 1950 en Albadaria, villa de Guinea enclavada en las fuentes del río Níger, Kante era hijo de madre maliense y padre guineano, y de niño se trasladó a Malí. Griot (depositario de la memoria, contador y cantador de historias) y tocador de kora (especie de arpa de 21 cuerdas, instrumento que simboliza la música mandinga de África occidental), formó parte de la mítica Rail Band du Buffet de la Gare de Bamako, donde militaba un cantante albino de nombre Salif Keïta, que asimiló las vibraciones cubanas y los ritmos que llegaban de Francia.

A finales de los años setenta, cuando la situación económica de Malí pasa por una etapa difícil, Kanté abandona el país y se instala en Costa de Marfil. Es aquí donde comienza a desarrollar un lenguaje nuevo para la kora, creando un sonido que podríamos definir como una mixtura de electro-funk, reggae y soul. Más tarde, teniendo París como centro de operaciones, participó en Tam-Tam pour l’Éthiopie, canción insignia que bajo la batuta de Manu Dibango congregó a una docena de artistas de países africanos. Tras álbumes como 10 Cola Nuts y Mory Kanté á Paris, el triunfo internacional le sonrió con el mencionado Akwaba Beach (el título se refiere a una playa de Abidján a la que solía retirarse para meditar). Ya en los años noventa, registró discos como Touma, N’Diarabi, Nongo Village y Tatebola.

Fueron grabaciones en las que Kanté desarrolló su concepto de electro-mandinga , acercándose así a los parámetros del trip-hop y del tecno, por ejemplo. Otros discos posteriores son Tamala-Le Voyageur, Sabou, y La Guinéenne. Tal vez su nivel de creatividad a la hora de componer canciones no llegó a la altura del mostrado por un Salif Keïta, pero su búsqueda y audacia en el contexto de la música africana de la época fueron notables. Y más: guiaron a músicos de generaciones posteriores. Hoy, artistas como Baloji, Kokoko, BCUC y Batuk, entre otros, son sus nietos sonoros. Además de con Dibango, Kanté grabó con Ray Lema, Hugh Masekela, Khaled, Santana y Talking Heads. Por cierto: Ye ké Ye ké partió de una melodía mandinga que se cantaba durante la recolección de la cosecha de mijo. La tecnología (las puntas, o sea) que acompañó a las raíces fue obra del productor inglés Nick Patrick. Kanté introducía siempre esa canción en el repertorio de sus conciertos, aunque en los últimos años solía decantarse por actuaciones de carácter acústico.

Una cita abría este texto y otra lo cierra: “No puedes subir a un árbol de mangos y dejarte el saco en la base”. Lo dijo en 1988, cuando Ye ké Ye ké ya la tarareaban hasta los niños de pecho. Filosofía mandinga, supongo.

 

Fuente:  El País