Fernando Botero, nacido en Medellín en 1932, pintó el color y los volúmenes de la naturaleza de su país ubérrimo desde que era un adolescente. Es, también, el artista incendiado que, sin dejar de lado los volúmenes que han hecho tan singular su estilo, se llenó de ira ante las torturas de Abu Ghraib y también afrontó las heridas que dejó en Colombia la guerra más larga y cruenta que ha sufrido su país y el continente americano. Anoche abrió en su galería, Marlborough, en Madrid, una exposición llena de color y alegría. Es la primera que hace en la capital desde 1994. “El destino del arte, sobre el dolor o sobre la belleza, es procurar el placer estético”, afirmó ayer en una entrevista con EL PAÍS.

El pintor reparte su tiempo entre Italia y Mónaco, donde mantiene estudios. Aunque su figura despierta el recelo de la potencia que económicamente le reporta su arte, conserva su humor antioqueño que le permite reírse también de las sombras de sus figuras y, a su manera, de los que, según le cuentan, le critican el gusto que el mercado tiene por sus cuadros y por sus esculturas. Es, lo dice él mismo, “el pintor más expuesto del mundo”, y según las estadísticas, de los más cotizados. Ya tiene 86 años. Las obras que ahora expone, Pinturas recientes —hasta el 3 de marzo—, demuestran que sigue pintando (no esculpe tanto).

El País