Desde niño hasta su último suspiro, el maestro venezolano Oswaldo Vigas dedicó toda una vida a crear un arte propio en el que reafirmó sus raíces latinas y su admiración por la mujer con obras llenas de fuerza que están en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.

La historia del maestro Vigas (Valencia, 1926) es digna de novela, ya que su padre murió a los 80 años, cuando él solo tenía ocho y tuvo que ser su madre, una joven que apenas pasaba de los 20, la que se hizo cargo de él y sus hermanos.

El futuro pintor y escultor cogió el lápiz con 13 años y ya no lo soltaría hasta el 22 de abril de 2014, fecha de su fallecimiento en Caracas.

Una vida dedicada a la aventura del arte con pinturas, grabados, esculturas, cerámicas y tapices ligados todos ellos a la expresión abstracta, pero sin olvidar los componentes figurativos que nunca desaparecieron en su carrera.

“Vivía el arte de una manera total”, recuerda su mujer Janine Vigas, natural de Toulouse (Francia).

La obra pictórica de Vigas, con esa composición en ocasiones violenta y esos trazos gruesos en negro, refleja un carácter desbocado y una mentalidad impulsiva y espontánea.

Tal era su pasión por la pintura que “usted comía con él y estaba haciendo dibujos sobre una servilleta de mesa, sin pensarlo y luego llegaba y guardaba todos sus dibujitos”, relata.

Graduado en medicina, Vigas se marchó a París durante más de una década para sumergirse en las vanguardias europeas, aunque su estancia en la capital francesa no hizo sino reafirmar su profundo sentimiento latinoamericano.

Janine comenta que “Oswaldo se seguía sintiendo extranjero”, y por eso decidió volverse con ella a Caracas, donde ya pasarían el resto de sus días en un taller de 200 metros cuadrados y en un “apartamentito” justo encima de su laboratorio de fantasías.

“Era noctámbulo para pintar. Lo recuerdo levantándose a las 12 del mediodía, porque se había acostado a las 4 o 5 de la mañana”, evoca su hijo Lorenzo, hoy director de cine e impulsor de la fundación que lleva el nombre de su padre.