El papa Francisco terminó ayer su visita a Perú con una misa multitudinaria en Lima, en un viaje iniciado en Chile empañado por el escándalo que persigue a la Iglesia por los abusos sexuales del clero a menores.
Visiblemente cansado, después de una semana en la que recorrió miles de kilómetros para visitar seis ciudades en los dos países con una agenda cargada de actos, el papa alzó la voz para reprender y pedir unidad en una Iglesia, la peruana, desgarrada por las facciones.
A las religiosas de vida contemplativa del Señor de los Milagros les recordó que los «chismes» en los conventos amenazan la unidad de la Iglesia y los comparó a los «terroristas, que tiran la bomba y se van». A los obispos les dijo: «trabajen para la unidad, no se queden presos de divisiones que parcializan y reducen la vocación».