Aunque durante esta pandemia Washington, capital del poder mundial, se ha convertido en una ciudad fantasma de calles vacías mañana, tarde y noche, hay una luz que se ha mantiene permanentemente encendida: la de la Casa Blanca. Aunque los protocolos de seguridad se han endurecido, y a todos los visitantes externos se les toma rigurosamente la temperatura y se les hace la prueba de coronavirus, la sede de la presidencia de EE.UU. se ha mantenido operativa a diario, con reuniones, discursos y ruedas de prensa siempre en la agenda. Ahora, sin embargo, el cerco se estrecha alrededor del presidente, y varios funcionarios, científicos y militares en su equipo se han sometido a una cuarentena voluntaria tras haber dado positivo o haber estado en contacto directo con personas contagiadas.
Un tenso miedo se ha cernido sobre el complejo de la Casa Blanca, todo un entramado de edificios y subterráneos mucho mayor que la mansión que se ve en todas las fotografías. En ese blanco edificio, que combina la residencia del presidente, el Despacho Oval y las oficinas de su equipo en el Ala Oeste, trabajan más de 300 personas. Dentro, es físicamente imposible mantener las distancias de seguridad. Como hay pruebas suficientes para hacer decenas de diagnósticos diarios, casi ningún empleado lleva máscaras para tapar boca y nariz. Un pequeño grupo de funcionarios sí puede trabajar desde casa, pero lo cierto es que la mayoría sigue acudiendo a su puesto a diario.
Sin mítines
Por su parte, Trump ha lamentado en varias ocasiones haber tenido que renunciar a sus multitudinarios mítines, y en dos meses apenas ha salido de la Casa Blanca para dos viajes de trabajo a Virginia y Arizona, para pasar un fin de semana en Camp David y para acudir a un acto militar el viernes. El problema es que el presidente vive y trabaja en este recinto, por lo que él es el más expuesto al trasiego diario de empleados que en sus residencias pueden contraer el virus. Es el caso de uno de los soldados que hace las veces de asistente personal del presidente, que está aislado desde la semana pasada. Lo mismo ha sucedido con la jefa de prensa del vicepresidente, Katie Miller, que además está casada con uno de los principales estrategas de Trump, Stephen Miller, que ha participado en numerosas reuniones en el Despacho Oval en estas pasadas semanas.
Entre los funcionarios que han decidido aislarse están tres miembros del gabinete de crisis que Trump creó en marzo, que ha tenido incontables reuniones con el presidente. Se trata del telegénico doctor Anthony Fauci, director del Centro Nacional de Enfermedades Infecciosas; del doctor Robert Redfield, director del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, y del doctor Stephen Hahn, que dirige la Agencia del Medicamento. Los tres han sido además llamados a testificar en el Senado por la pandemia, pero lo harán por teleconferencia, para evitar exponer a los senadores al virus.
En contra del criterio de la líder demócrata Nancy Pelosi, el Capitolio sigue con su agenda a pesar de la pandemia. En esta sede del poder legislativo hay medidas de excepción, y sus señorías se tapan la boca y mantienen la distancia de seguridad, pero tanto la Cámara de Representantes como el Senado han fracasado a la hora de celebrar sus jornadas de sesiones por internet. Y eso que incluso la Corte Suprema, la institución más aferrada a sus costumbres en Washington (ni siquiera admite cámaras en las vistas orales), ha evolucionado y sus magistrados se reúnen de forma excepcional por teléfono.
Sea como sea, el presidente Trump se niega a llevas máscara y hasta esta misma semana se ha resistido a que le hagan la prueba a diario, ya que, según se ha quejado, la inserción de un bastoncillo en la nariz le resulta molesta. En una visita la semana pasada a una fábrica de máscaras en Arizona, el presidente no se tapó la boca. Tampoco lo hizo el viernes en los actos de celebración de la rendición de la Alemania nazi, junto a veteranos de guerra que tienen entre 96 y 100 años y por lo tanto están en el grupo de riesgo. El presidente Trump tiene 73 años. Su ministro de Defensa, Mark Esper, tampoco llevó máscara en esos mismos actos y otros similares. Sin embargo, dos miembros del Estado Mayor Conjunto, la cúpula militar del país, anunciaron el fin de semana que también están en cuarentena por haber estado en contacto con personas contagiadas. Se trata el almirante Michael Gilday, jefe de Operaciones de la Armada, y del general Joseph Lengyel, de la Guardia Nacional, quien además dio positivo en una de las dos pruebas que se le efectuaron.
Fuente: ABC