Obligado a volver a la cárcel para cumplir la sentencia de 25 años por crímenes de lesa humanidad después de que la justicia peruana revocara su indulto, el otrora todopoderoso presidente de Perú, Alberto Fujimori, dijo que se prepara para lo peor. El final “está cerca”, confesó a la AFP poco antes de abandonar la clínica donde ha pasado los últimos cuatro meses.

“Siento que el final está cerca”, dice a la AFP en un manuscrito desde la Clínica Centenario Peruano Japonesa, antes de ser trasladado a la base de las fuerzas especiales de la policía en Lima para completar los 13 años que le quedan de su condena por crímenes contra la humanidad cometidos durante su gobierno.

“Si en la tranquilidad de estar hospitalizado atravieso por una peligrosa montaña rusa cardiaca, en prisión la situación será mucho más grave e inestable”, responde de su puño y letra a un cuestionario de la AFP.

“Es por eso que volver a prisión es una condena de muerte lenta y segura”, asegura en su manuscrito el ingeniero y matemático de 80 años, formado en Estados Unidos y Francia, que gobernó Perú de 1990 a 2000 con mano de hierro. 

Una junta médica evaluó su estado hace una semana, determinando que se encuentra estable y puede recibir tratamiento ambulatorio para sus múltiples dolencias.

Fujimori fue internado el 3 de octubre al sufrir una descompensación en su casa luego que un tribunal anuló el indulto que le concedió el entonces presidente peruano Pablo Kuczynski en la víspera de la Navidad de 2017.

Fujimori estuvo preso en la misma base policial a la que iba a regresar en la tarde de este miércoles entre 2007 y 2017, luego de llegar extraditado desde Chile. Será el único recluso en ese lugar, donde dispondrá de cuidados médicos permanentes.

La suerte de Fujimori no está aún sellada a nivel judicial, pues la Corte Suprema debe decidir una apelación contra la anulación del indulto. 

“El indulto se justificó por varias enfermedades entre ellas la fibrilación auricular paroxística. El diagnóstico actual no es el mismo, pues se ha agregado ahora otro mal coronario”, alega Fujimori en su manuscrito.

“La combinación de estos dos problemas con el trauma y el estrés que produce la cárcel es un camino seguro a un infarto cardíaco”, afirma. 

– “No me quitarán mis logros” –

“El juicio de la historia será más justo que el juicio de los enemigos políticos conmigo”, añade el exgobernante, tras considerar que su familia es víctima de una venganza política.

“Podrán quitarme la vida, pero jamás mis logros. El Perú nunca más volverá a ser ese país inviable que recibí” en 1990, evoca en alusión a la hiperinflación de 7.600% y a la violencia guerrillera de Sendero Luminoso.

“Voy camino al fin de mi vida con la satisfacción de haber ayudado a cambiar la historia de mi país”, sostiene el expresidente, que sigue dividiendo a los peruanos dos décadas después de dejar el poder.

Para unos es “un héroe” por haber estabilizado a Perú y para otros “un villano” por la represión y la corrupción durante su gobierno.

Logró derrotar a la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso y del guevarista MRTA. También se volvió autócrata, cuando dio un “autogolpe” en 1992 y disolvió el Congreso e intervino el sistema judicial.  

“Los antifujimoristas no quieren reconocer los grandes cambios estructurales de la década del 90 que beneficiaron a toda la población, sólo viven de su odio a los Fujimori. Por eso hoy pretenden matarme lentamente”, justifica.

 – La maldición del clan Fujimori –

“Estoy viviendo una verdadera pesadilla. Jamás imaginé que la política podía producir tanto daño a mi familia. Siento como si una maldición hubiera caído sobre nosotros”, dice sobre la situación judicial de los dos hijos, de cuatro, que ingresaron en política.  

“Mi hija (Keiko), jamás llegó a la presidencia y, sin embargo, es la única política en prisión por el caso Odebrecht. Ella debería enfrentar el proceso en libertad, pero está en la cárcel por motivaciones 100% políticas”, afirma sobre su primogénita, de 43 años.

Keiko, líder de la oposición, está en prisión preventiva por 36 meses desde el pasado 31 de octubre acusada de recibir aportes ilegales de campaña de la constructora brasileña Odebrechet.

El benjamín Kenji, de 38 años, está procesado a raíz de un presunto intento de comprar votos de legisladores para evitar la destitución de Kuczynski.    

“No cometió en absoluto nada ilegal”, dice en defensa de Kenji, quien se enemistó con Keiko y lidera un ala disidente del fujimorismo.