AFP – Emalahleni, Sadáfrica

Tumelo falta nuevamente a la escuela varios días. “Me arden los ojos y tengo la sensación de ahogarme”, explica la adolescente, que no cesa de toser debido a la contaminación.

Según su madre, el médico les advirtió que “no puede hacer nada” y que “la solución es irse de Emalahleni”, la ciudad sudafricana, presa de la contaminación causada por la industria del carbón, en cuya periferia viven.

Su vecino, Lifa Pelican, sufre de lo mismo, por lo que repitió cuatro veces de curso. El joven, de 25 años, no puede ir a ningún lado sin su aerosol, que usa incluso en su casa de paredes de hormigón. “A veces, tengo la impresión de que voy a morir”.

Lifa empezó a tener problemas respiratorios tras mudarse a Emalahleni, atrapada entre las minas de carbón y la humareda que despiden las centrales eléctricas, que queman día y noche el mineral.

Pero cuando visita a su padre, a 200 km, revive. Allí no necesita el aerosol, según cuenta.

Por su parte, los problemas de Tumelo (14 años) “empezaron cuando nos mudamos aquí en 2007”, recuerda su madre, Nono Ledwaba. “Cuando Tumelo va a casa de su abuela, en Mafikeng (400 km), los síntomas cesan”, asegura.

La ciudad de Emalahleni, literalmente “el lugar del carbón”, se encuentra en el corazón de Highveld, una de las regiones del mundo con más contaminación de dióxido de nitrógeno y dióxido de azufre, según Greenpeace.

– ‘Niveles mortales de contaminación’ –

Para las oenegés ecologistas groundWork y Vukani, está claro quiénes son los responsables de esta situación: las doce centrales de carbón de la compañía nacional de electricidad Eskom, una central de licuefacción del carbón y una refinería de petróleo.

Estas plantas causaron entre 305 y 650 muertes prematuras en 2016, sostienen las organizaciones, que decidieron llevar ante la Justicia al Gobierno sudafricano por haber “violado el derecho constitucional” a respirar un aire sano.

Una primicia en Sudáfrica, principal potencia industrial del continente.

Ambas oenegés consideran que el Gobierno “fracasó a la hora de reducir los niveles mortales de contaminación atmosférica” en Highveld, que linda con Pretoria y Johannesburgo, capitales política y económica del país.

Según Vukani, la contaminación costaría a las arcas sudafricanas 2.000 millones de euros anuales.

Las autoridades, por su parte, se defienden asegurando que “las concentraciones de dióxido de azufre mejoraron en Highveld, sin aportar cifras, pero matizando que las soluciones no llegarán “a corto plazo”.

– Atrapados –

La exposición a la contaminación causa enfermedades crónicas (asma, bronquitis…) y cáncer de pulmón. Además, contribuye a los accidentes cerebrovasculares, según groundWork y Vukani.

En la consulta del doctor Alexis Mashifane, en Middleburg, a unos 30 km de Emalahleni, nunca faltan pacientes. “Cuando la gente llega a la región, empieza a caer enferma. Cuando se van, algunos mejoran”, afirma.

Pero muchos no pueden permitirse dejar la región.

“Me gustaría irme, pero no tengo dinero”, lamenta Mbali Mathebula, madre de dos niñas con asma.

En su casa, a los pies de la mina de carbón de Schonland, Princess, de 5 años, y Asemalhe, de 7 meses, juegan con una mascarilla que consiguieron en el hospital.

Si se produce una crisis de asma, tienen que enganchar la mascarilla a un aerosol adaptado para los niños. Pero “no tengo los medios de comparar la máquina”, que cuesta 70 euros, explica su madre, soltera, empleada de supermercado.

“Hay quien se llena los bolsillos con las minas y nosotros sufrimos”, comenta, enfadado, Lifa. Aquí “hay energía solar de sobra”, recuerda.

En Sudáfrica, las energías verdes como la solar y la eólica representan menos del 2% de la producción de electricidad, en comparación con el 86% del carbón.

Ante esta situación, Cebile, con el corazón en un puño, se plantea enviar a sus hijos a casa de su madre, lejos de Highveld. “Me temo que no hay otra solución. Es por su bienestar. Se quedarán allí para siempre”.