Los “caras negras” de la mina de Prosper-Haniel, en la cuenca del Ruhr, se sumergirán este viernes por última vez bajo tierra y cerrarán un capítulo de la historia de la industria alemana.

Tras semanas de documentales y programas especiales, todo el país seguirá por televisión la tarde del viernes el solemne adiós a la última mina de carbón de Alemania, en presencia del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y del jefe de Estado alemán, Frank-Walter Steinmeier.

Vestidos con sus cascos y uniformes blancos, los mineros lanzarán un último “¡Glückauf Kumpel!” (‘¡Buena suerte, camarada!’), su frase ritual antes de perforar una veta y ante el omnipresente peligro.

Después extraerán un último bloque de carbón, el “oro negro” alemán, que cayó en el olvido ante la hulla extranjera de bajo coste, mientras la coral carbonera de la cuenca del Ruhr entonará el “Steigerlied”, el himno tradicional de los mineros.

Las galerías cavadas durante 150 años, es decir, durante seis generaciones de mineros, primero con picos y luego con perforadoras, se sellarán y se irán ahogando progresivamente en las aguas de los arroyos.

Los 1.500 asalariados de la fosa de Prosper-Haniel, situada en la ciudad de Bottrop, llevan once años preparándose para este cierre, en una zona que llegó a tener 600.000 mineros en la posguerra.

– Cohesión obrera –

Las iglesias y catedrales de la región celebran desde el jueves misas dedicadas a la causa, mientras los clubes de fútbol de la zona, encabezados por el Dortmund y el Schalke, rindieron homenaje a sus raíces mineras antes de los partidos.

Los altos hornos erigidos en las colinas renanas desde el siglo XIX y las fosas de sus entrañas, de hasta 1.500 metros de profundidad, eran mucho más que un elemento de trabajo.

Bajo tierra había una sociedad obrera y masculina, con su jerga, su solidaridad, sus intercambios francos y ásperos y su pasión por el fútbol, que se extendía a la iglesia y en la barra del ‘Kneipe’ (bar obrero).

“Es esta cohesión la que hace la fuerza en nuestra región”, dice emocionado Reinhold Adam, de 72 años y jubilado desde hace 25, que vino para un último descenso.

Pero detrás de esta solidaridad había una agotadora y arriesgada labor, la amenaza de una explosión de grisú  o del polvo que corroe los pulmones poco a poco.

El diario Bild publicaba el jueves el retrato de “la última víctima de las minas”, Markus Zedler, un obrero de 29 años que falleció el lunes durante las obras de desmontaje de la fosa de antracita renana de Ibbenbüren.

“La mina era su vida. También lo mató”, decía el periódico.