La escritura de Miguel Delibes anidó en todos los géneros y especies posibles: desde la novela-río hasta la novela breve, desde el ensayo hasta el cuento, el artículo y la conferencia, pero nunca traspuso el umbral de la poesía convencido como estaba de que no rayaría a la altura que él se exigía en todo.

“Fui leyendo ‘Cántico’ cuando me di cuenta de que yo no sería poeta; de que nunca podría llegar a serlo. De que me faltaba la sabiduría necesaria para escoger las palabras esenciales desdeñando las superfluas”, admitió este ‘poeta frustrado’ en un artículo publicado en el periódico “La Vanguardia” en 1984 (“Guillén y Valladolid”).

No obstante, toda su obra está cuajada de alegatos, descripciones y evocaciones de gran lirismo, inspiración y ternura en paisajes y personajes mínimos u oprimidos a los que encumbró e hizo justicia a golpe de tinta, especialmente a los niños.

Toda su escritura fue un canto al individuo asediado y despojado por el poder y otro tipo de violencias, seres solitarios sin más amparo que su sabiduría e inocencia como fueron El Nini (“Las ratas”), el viejo Eloy (“La hoja roja”), Senderines (“La mortaja”), Pacífico Pérez (“Las guerras de nuestros antepasados”), Azarías (“os santos inocentes”) e incluso Menchu (“Cinco horas con Mario”).

Tal vez, por esta razón, siempre consideró a “Viejas historias de Castilla la Vieja” (1964) uno de sus libros preferidos, un conjunto de cuentos cuya pureza, brevedad y precisión remiten más a la poesía que a un conjunto de cuentos donde, a juicio de la catedrática Amparo Medina-Bocos, “se encuentra todo Delibes”.

“Está su visión de Castilla, la atención al paisaje, la vida de los pueblos, sus gentes, y todo ello con un léxico muy preciso: es muy poético”, ha explicado este miércoles a Efe esta catedrática, crítica y autora de numerosos estudios literarios.

Miguel Delibes se comportó como un poeta por libre en estas “Viejas historias de Castilla la Vieja”, donde la prosa brota espontánea, lírica y manantial, libre de ataduras y retóricas, acaso por la súbita inspiración que le sobrevino al contemplar una serie de grabados de Jaume Pla, que ilustró con su letra para dar origen, en 1960, a este mínimo pero denso volumen.

Fue una edición reducida, pensada para bibliófilos, que la editora Esther Tusquets (1936-2012) rescató de la inmensa minoría de su exigua tirada para sacarla en Lumen, en 1964, con fotos de Ramón Masats, ha recordado Medina-Bocos, responsable de la selección de textos de “El libro de Miguel Delibes”, una biografía que Destino distribuirá desde el 15 de octubre para festejar el centenario.

Por otra parte, en clave de elegía, el discurso con el que ingresó en la Academia de la Lengua (25 de mayo de 1975), se convirtió con el paso de los años en un alegato o manifiesto previo a la conciencia ecológica que comenzó a germinar en la España de los primeros años ochenta.

Con su título inicial (“El sentido del progreso desde mi obra”) fue editado por la Academia de la Lengua en 1975, antes de convertirse en el ensayo “SOS: el sentido del progreso desde mi obra” (1976) y, más tarde, en “Un mundo que agoniza” (1979), uno de los libros predilectos del musicólogo y etnógrafo Joaquín Díaz.

“Es un texto que debería leerse en todas las escuelas y colegios, del mismo modo que en mi lejana infancia leíamos el Quijote, de Cervantes. Puede que entonces no aprovechásemos todo lo que se nos planteaba como ejemplar de la famosa novela, pero la ética comprendida en sus líneas nos salvó de la tontería”, ha analizado.

Pero por encima de todos, Joaquín Díaz ha destacado a “El príncipe destronado” (1973), en su opinión “un auténtico tratado de psicología infantil” donde “no se puede observar mejor lo que le pasa a un niño de esa edad por la mente”, ha añadido en declaraciones a Efe.

En el caso de Elisa Delibes, la hija y presidenta de la fundación que lleva el nombre del escritor, sus preferencias han ido oscilando en función del paso del tiempo, desde “Las guerras de nuestros antepasados” (1975), durante su juventud, hasta “Los santos inocentes” (1981), coincidiendo con una de sus maternidades, e incluso “Diario de un jubilado” (1995), “una novela divertidísima y maravillosa”, ha declarado a Efe.

“Durante el confinamiento he vuelto a leer muchísimas novelas de mi padre y me han entusiasmado los diarios de Lorenzo, pero los tres, aunque el último haya tenido menos éxito (“Diario de un jubilado”) porque antes había escrito otras novelas más trascendentes. A mí me encantan estas novelas sin pretensiones”, ha señalado.

 

Fuente:  EFE