La indómita selva del Darién en Panamá, hoy parece descansar. Desde hace unos meses se cerraron sus heridas; entre sus entrañas ya no hay bulla. La flora, maltratada por el paso de los migrantes, parece recuperarse muy lentamente. La lluvia empieza a llevarse la basura que flotaba en sus ríos, y sus animales recuperan sus rutas naturales.
Es la forma de describir el impacto dejado por miles de migrantes que durante años convirtieron a Darién en la ruta hacia un sueño utópico.
Según datos oficiales del Servicio Nacional de Migración, más de 1 millón 355 mil migrantes irregulares, provenientes de muchos países —entre ellos Venezuela, Colombia, Ecuador y Cuba—, pasaron por Darién.
Esta migración, empujada por problemas políticos, sociales y económicos en algunos países, se convirtió en caldo de cultivo para el comercio ilegal de todo tipo, violaciones a los derechos humanos y hasta asesinatos. Muchas vidas terminaron sucumbiendo entre sus enormes árboles.
Sólo entre 2024 y 2025, más de 34 personas fueron imputadas por delitos relacionados con migrantes, según cifras que maneja el Ministerio Público.
Con la llegada del nuevo gobierno de Panamá, presidido por el presidente José Raúl Mulino, se fijó la meta de acabar con la migración ilegal a través de este peligroso lugar. En menos de un año de administración, la ruta fue cerrada, y hace poco más de 100 días se clausuró definitivamente la principal estación migratoria temporal en la salida de la selva.
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Hoy, Darién es diferente. Ya no se ven las oleadas de migrantes que pasaban por los caminos e inundaban las pequeñas poblaciones, trayendo consigo una espuria bonanza y dejando, en algunos casos, incomodidad y destrucción.
Avilio y Agustín son residentes en la localidad de Santa Fe. Ellos vivieron en carne propia lo que ocurría en Darién. Aseguran que “es extraño no ver el paso de estos migrantes, sin embargo, no cambian la tranquilidad que viven ahora”.
Lajas Blancas, en la zona fronteriza con Colombia, fue uno de los lugares emblemáticos de la migración por el Darién. Por aquí pasaron miles de migrantes; hoy, sólo hay silencio. El llanto de los niños y los gritos desesperados de los irregulares quedaron en los recuerdos de quienes vivieron la migración.
La migración irregular representó un costo millonario difícil de calcular para el gobierno panameño. La inversión en los servicios de salud se incrementó, sin contar la operación de los centros de atención, alimentación, transporte… en fin. Hoy, estos recursos pueden invertirse para atender con prontitud y eficiencia a la población local.
Más allá de las cifras económicas están las secuelas humanas y sociales que aún enfrentan los residentes en Darién, siendo resilientes después de este capítulo agitado en su vida.
En Peñitas, primera comunidad que en su momento recibió la migración irregular, conocimos al señor Serrano Contreras, un octogenario fundador de este poblado. Mientras observa la llegada de una piragua cargada de cultivos, nos cuenta sus vivencias: “Es bueno ver que todo vuelve a la tranquilidad. Ya no se aguantaba la llegada de personas que uno no sabía cuál era su intención”, argumenta el señor Contreras.
Darién para nada fue una ruta de sueños. Entre su espesa selva se encontraron más de 220 restos humanos, algunos que aún no han sido reclamados. Restos que cuentan tristes historias de gente que creyó en un sueño, pero terminó muerta y en el olvido.
Esta es la realidad de una tierra que respira de nuevo y es resiliente, sin olvidar lo que aquí ocurrió, con la esperanza de vivir mejores días a través de recursos y de gente buena que trabaje para la comunidad.





