Tras largos años de amenazas, Japón finalmente anunció esta semana su retiro de la Comisión Internacional de Caza de Ballenas (CBI) con el objetivo de reanudar la caza comercial, pero esa decisión podría, paradójicamente, aliviar las tensiones que parecían inextricables.
Japón nunca ha abandonado la caza de ballenas, algo que considera una herencia cultural, valiéndose de una excepción a la moratoria establecida en 1986 por la CBI, que permite la práctica para la investigación científica.
La decisión de Tokio es una provocación a los ojos de Australia y Nueva Zelanda, indignados por las expediciones japonesas anuales a la Antártida, cuyas aguas son consideradas por estos dos países y los defensores de los animales como un santuario para los cetáceos.
Patrick Ramage, a cargo de la conservación marina en el Fondo Internacional para el Bienestar Animal (IFAW), ve en el anuncio del miércoles, que a primera vista puede percibirse como un desafío, una “solución elegante y japonesa” a esa hipocresía.
“Esto ofrece una salida aceptable para la caza de ballenas en alta mar”, dice. “Es difícil ver otra cosa que buenas noticias para las ballenas y la comisión establecida para seguirlas y protegerlas”.
Tokio aseguró esta semana que se abstendría de cazar “en aguas antárticas o en el hemisferio sur”, limitando su pesca “a las aguas territoriales y a la zona económica exclusiva”, de acuerdo con las cuotas de la CBI, “para no agotar los recursos”.
Para Ramage, la comisión, en la que Japón solo tendrá ahora estatus de observador, puede “ir más allá de un debate desproporcionado y distorsionado sobre la caza de ballenas” y centrarse en otras amenazas, como el cambio climático, la contaminación de los océanos con plásticos o las colisiones con embarcaciones.
La Sociedad Consevacionista Sea Shepherd, que se opone a cualquier tipo de matanza de ballenas, también cantó victoria después del anuncio japonés, “encantada de que la caza termine en el Santuario Antártico de Ballenas”.
– Cuestión de principios –
La caza de ballenas es para Tokio un extraño punto de discusión con sus habituales aliados occidentales.
Aunque la carne de ballena se consume muy poco hoy en el país, Japón lo ve como una cuestión de principios para su poderosa industria pesquera y las ciudades portuarias, como Shimonoseki, de donde proviene el Primer Ministro conservador Shinzo Abe.
Pero los balleneros japoneses enfrentan, además de las normas establecidas por el CBI, serios obstáculos.
El Nisshin Maru, el único barco de caza de ballenas que todavía opera en el mundo, tiene 31 años y necesita ser reemplazado.
Japón perdió en 2014 ante la Corte Internacional de Justicia una demanda presentada por Australia, que rechazó el argumento nipón de la naturaleza científica de sus expediciones.
Y la Convención Internacional sobre el Comercio de Especies Salvajes en Peligro (CITES) le envió una advertencia en octubre sobre sus cargamentos de carne de ballenas Sei, principal especie que captura en alta mar.
Pero se espera que el país del sol naciente privilegie ahora la caza en sus aguas de las pequeñas ballenas Minke, entre los raros cetáceos que no se consideran en peligro de extinción.
Con sede en Cambridge (Reino Unido), la CBI se creó después de la Segunda Guerra Mundial para regular la caza de ballenas, buscando asegurar la alimentación de un Japón hambriento y, con menos éxito, contener la devastadora caza de ballenas de la Unión Soviética.
Tras la votación de la moratoria en 1986, Tokio intentó rodearse de aliados dentro de la Comisión, a menudo pequeños países en desarrollo sin una tradición de caza de ballenas, pero fracasó constantemente en alcanzar la mayoría de los dos tercios necesarios para levantar la prohibición.
Para Peter Stoett, profesor del Instituto de Tecnología de Ontario, autor de un libro sobre la CBI, la retirada de Japón inevitablemente marca un quiebre para la organización, en la que aún se encuentran Noruega e Islandia, y otros países balleneros. Pero considera que esto podría permitir a la CBI redirigir sus prioridades.
“Por más triste que parezca, la principal amenaza que hoy representan los cetáceos no proviene de los arpones”, dice Stoett. “Su extinción podría ocurrir, pero debido a que los océanos estarán demasiado calientes para mantener el ecosistema que necesitan”.