El probable abandono del proyecto del tren de alta velocidad entre San Francisco y Los Ángeles ilustra la dificultad de desarrollar este medio de transporte en Estados Unidos, donde encuentra un sinfín de obstáculos políticos, económicos y culturales.
Hace tiempo pasó la época en la que el camino de hierro era concebido como una formidable herramienta para la conquista del oeste, acompañando la ruta hacia el oro.
Hoy, el transporte ferroviario de pasajeros no está a la altura: el apoyo político es débil; los estadounidenses prefieren el auto o el avión; y los grupos de cabildeo, como el del transporte de mercaderías, dudan de tener que compartir las líneas férreas.
“El Congreso está contaminado por intereses financieros particulares -en su mayoría emanado de los sectores petroleros, de la aviación y del automóvil- que se esfuerzan desde hace años por impedir toda inversión en el raíl”, explica Andy Kunz, presidente del US High Speed Rail Association, un grupo de cabildeo a favor de las líneas de alta velocidad.
Mientras China construyó en algunos años la más amplia red de trenes de alta velocidad del mundo, gracias a cientos de miles de millones de dólares en inversiones, Estados Unidos ni siquiera está listo para entrar en esa carrera.
El nuevo gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, anunció el martes su intención de abandonar el proyecto de tren de alta velcidad que debía comunicar el estado de norte a sur: es muy costoso y muy largo.
“No hay duda de que la economía y la calidad de vida en nuestro Estado dependen de la mejora de los transportes”, reconoció no obstante.
Pero ante un proyecto cuyo costo aumentó 20% (unos 77.000 millones de dólares) y una realización aplazada (de 2029 a 2033 en el mejor de los casos), se resolvió a finalizar por el momento el tramo entre Merced y Bakersfield, dos ciudades de Central Valley, una región agrícola relativamente aislada.
– “Interés nacional” –
“Central Valley siempre formó parte de la fase 1” del total del proyecto, reaccionó Kunz, convencido de que toda California terminará por dotarse de su propio tren de alta velocidad, cuando la línea Bakersfield-Merced “haya demostrado su viabilidad” y que los estadounidenses le hayan tomado el gusto a esta forma de transporte popular en Europa, China y Japón.
California es el Estado más rico y poblado de Estados Unidos, con unos 40 millones de habitantes. En 2008, sus electores habían autorizado en referéndum una inversión de unos 10.000 millones de dólares para el financiamiento parcial de 830 km de la línea de gran velocidad entre San Francisco (norte) y la bahía de Los Ángeles (sur).
“California debió anular su proyecto (…) tras haber (…) gastado y desperdiciado millones de dólares”, disparó el presidente Donald Trump en un tuit el miércoles.
De su lado, Kunz destaca que el proyecto californiano es de “interés nacional”, citando sus principales beneficios: descongestionar las rutas y los miles de aeropuertos, disminuir la contaminación.
Pero los gobiernos son reticentes a financiar proyectos muy costosos y cuya puesta en práctica se traba con la legislación.
“Es extremadamente difícil para los gobiernos obligar a los particulares a vender sus terrenos”, explica Jacob Kirkegaard, experto en el Peterson Institute for International Economics.
– El automóvil, un símbolo americano –
Si en Europa los paises pueden invocar el interés general, en Estados Unidos, las leyes defienden los derechos individuales. De hecho, todo gran proyecto de infraestructura se expone a procedimientos judiciales interminables que conllevan sobrecostos que comprometen su viabilidad.
Además, debido a la geografía del país, los trenes de gran velocidad no son los medios de transporte más prácticos, estima Jacob Kirkegaard, que también ve otros problemas, como tener que emplear una hora y media para ir a tomar el tren en un ciudad como Los Ángeles.
Pero sobretodo, los estadounidenses están particularmente vinculados a sus vehículos, símbolo absoluto de su libertad individual. Con precios de la gasolina atractivos, no están desmotivados a utilizarlo.
“No hay duda de que el automóvil y la amplia red de la infraestructura [vial] es un problema para la evolución (…) hacia un transporte de masa público utilizando trenes de alta velocidad”, concluyó Kirkegaard, que se dice que no es particularmente optimista sobre el futuro de este medio de locomoción en Estados Unidos.