A falta de una lengua común, la cerámica, los textiles, la música o los colores han sido durante más de dosmil años vehículo de comunicación de los pueblos andinos para registrar cuentas, contar historias o transmitir ideas religiosas.

El Museo Precolombino de Santiago presenta este mundo fascinante en la exposición “La fiesta de las imágenes en los Andes”, abierta hasta mayo del próximo año, un recorrido a lo largo de dos milenios que pretende mostrar al visitante los “variados sistemas de registro y comunicación” de estos pueblos que habitan el centro-norte de Chile, Perú, Bolivia y el noroeste de Argentina.

“Es un recorrido por el tiempo” a través del centenar de piezas antiguas y modernas para mostrar que aún hoy los pueblos andinos siguen utilizando la misma forma de comunicación, dice la curadora Carla Díaz a la AFP, quien destaca que “lo magnífico” de este conjunto de pueblos “es que al compartir un acervo cultural común, pueden entender estos mensajes y registrarlos y transmitirlos a poblaciones que hablan lenguas distintas”.

A diferencia de la cultura occidental, en los Andes “el tiempo y el espacio es una misma unidad, que se manifiesta por el concepto ‘Pacha’, el aquí y ahora”, explica Díaz.

Para los andinos, los seres que habitan este mundo pueden transformarse en animales, piedras o vegetales y los otros seres del mundo, incluidas las divinidades, pueden ser como los humanos. Asimismo, los muertos crean vida y participan constantemente del mundo de los vivos.

– La dualidad –

De ahí la dualidad que se percibe constantemente en la tradición andina. Sobre todo en la cerámica, que representa a seres mitad humanos mitad animales, porque son parte del mismo conjunto. O en la música: un par de flautas es un único instrumento que debe ser tocado por dos personas para complementar el sonido.

En los textiles también, como esta frazada matrimonial en la gama de colores ocre y blanco, denominados ‘pampa’, en cuyo centro una línea divisoria imaginaria formada por la asimetría de las líneas la convierten en “dos que se complementan para hacer una sola cosa”, explica Díaz.

A través de los colores se transmite conocimiento, saberes y prácticas. Por ejemplo, en los ‘axsu’, unas telas que se superponen en las polleras de las mujeres que son calendarios o libros de filosofía que cuentan desde las actividades que se realizan en una comunidad a lo largo del año, que suele ser colorido y ordenado, hasta el caótico mundo interior de la persona.

En éste, los colores que predominan son el rojo y el negro y representan a un mundo “potencialmente peligroso” habitado por cóndores, animales patas arriba, cerros que no tienen familia porque hay femeninos y masculinos, y “en el que si no sabes a dónde ir, estás liquidado”, dice la curadora.

“La música comunica, el vestuario, el movimiento corporal, los brindis, los objetos con los que se brinda. Es una fiesta comunicativa, una fiesta en la que se dicen cosas” dice esta etnohistoriadora.

También están los quipus, unos instrumentos de cuerdas textiles anudadas que permiten registrar y anotar información numérica y silábica, elaborados con algodón o fibra de camélido, ampliamente utilizados en el Tawantinsuyu (las cuatro regiones o divisiones), como era conocida esta región.

O las yupanas y pallares, unos tableros de piedra similares al ábaco, que se utilizaban para calcular.

Pero lo más interesante es que todavía hoy las poblaciones indígenas siguen comunicándose como lo hacían sus antepasados.

Para el director del museo, Carlos Aldunate, los sistemas de comunicación de los habitantes de esta extensa región “explican procesos muy importantes como el imperio incaíco, que se hizo solo en 150 años” y que acabó con la llegada de los españoles.