AFP – Ciudad del Cabo, Sudáfrica

Un curioso mosaico recibe al recién llegado al centro Saartlie Baartman, en las afueras de Ciudad del Cabo. En él aparece el rostro de una mujer cubierto de ramas con hojas multicolores que representan su curación y reconstrucción personal.

“El rostro simboliza a las mujeres rotas que llegan al centro. Las ramas se curan, se desarrollan y se reconstruyen gracias a los programas que ofrecemos”, explica la directora del centro, Bernadine Bachar.

Ubicado en el barrio de Athlone, su estructura se desborda permanentemente. Unas 120 mujeres víctimas de violencias acuden durante todo el año con sus niños.

Desde hace varias semanas, el país del África austral vive protestas por la violencia contra las mujeres, después de una serie de asesinatos que conmocionaron a la población. Entre éstos el de una estudiante de Ciudad del Cabo, violada y asesinada en una oficina de correos.

Organizadas bajo el lema #iamnotnext (#nosoylapróxima), algunas manifestantes exigen el restablecimiento de la pena de muerte o la instauración de un estado de emergencia.

Según la ministra de la Mujer, Maite Nkoana-Mashabane, más de 30 mujeres fueron asesinadas por su pareja en agosto.

Las estadísticas anuales de criminalidad publicadas hace unos días registraron un promedio de 110 violaciones por día el año pasada, lo que significa un aumento del 4%.

Llamado a reaccionar, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa prometió endurecer el castigo contra los feminicidios y crímenes sexuales. Debía dar a conocer los detalles este miércoles ante las dos cámaras del Parlamento.

Para la directora del centro de Athlone, hay una emergencia.

“Hemos constatado en estos últimos meses un fuerte recrudecimiento de la violencia contra las mujeres”, subrayó Bachar, “no solamente aumenta el número de víctimas, sino que además sus heridas son mucho más graves que antes”.

Más quemaduras, principalmente lanzamiento de agua hirviendo en plena cara, y más heridas por arma blanca, precisó.